Tan fácil como hacer pan

La mirada bien sexy le duró apenas un minuto. Damián se apuraba por deshacerse de la ropa de ambos y Catalina sintió los pasos de un batallón de hormigas bajándole por la panza. Se rió con ganas. De los nervios sobre todo, pero también porque se acordaba de la ocurrencia de Mariela, “Miránena, es tan fácil o tan difícil como hacer pan. Te aprendés un par de trucos y sos una experta”.

Eso había sido el jueves, cita semanal de chicas solas con tres videos y una receta nueva. Nada de cine prestigioso, no. Apenas un alegato estremecedor, una con protagonista bien fuerte y una condicionada. A veces, “un dramón o comedita de esas que sólo las mujeres podemos mirar”. No es que las vean completas, ni siquiera les prestan demasiada atención. La idea es divertirse, tener material para comentar o discutir, y por qué no aprender algo distinto mientras practican y saborean la novedad culinaria de la semana.

Venía de confesiones, ese jueves. Al ritmo de los golpes contra la mesa, Julia las ponía al tanto de los pormenores sexuales de Riki, su nuevo novio. Como la receta del día era pan con hierbas, necesitaban la cocina bien caldeada. Mariela ya había organizado el trabajo, ella y Cintia con el amasijo, Julia y Catalina con la esponja de levadura. “Una taza de leche, una y media de harina y veinte gramos de levadura, unen todo y amasan. El secreto es golpear contra la mesa, para que quede suave y elástica. Después, a descansar hasta que duplique su tamaño” y exageraba los ademanes de profesora, mientras disolvía diez gramos más de levadura en una taza de agua, le agregaba una cucharada de sal y medio paquete de harina. Enseguida estaban todas golpeando con fuerza la masa contra la mesa.

El calor del horno y el verano combinado con el vino blanco bien frío las ponía más agudas que de costumbre y les soltaba la lengua. La conversación ya tenía más temperatura que la peli que había elegido Julia, una “de ésas” que casi casi unía todas las categorías en una. Diez minutos de reposo y Mariela le agregaba la manteca al amasijo, blanda como una pomada, imitando los movimientos bizarros de la protagonista sobre el pecho del galán de turno. Después unió los dos bollos y lo dividió en cuatro, para que cada una hiciera una variedad distinta: ajo y perejil, albahaca, orégano, cebollín y menta. Julia fue la que empezó a moldear penes con su parte: “Así es la de Riki”, anunció señalando la más grande. Entre risas y una tenue niebla de harina que flotaba a la altura de los ojos, los modelos leudaban sin control y ellas seguían compitiendo, hasta que Mariela le pidió parte de su bollo a Cintia para mostrarles al morocho que se había transado en Buzios un par de años atrás. “¡Qué yegua que sos, nena! ¡Mirá ese bolazo! ¿Quién se lo puede tragar?”


Esa fue como la palabra clave, la llave que abrió la confesión casi desesperada de Catalina. “Chicas, tengo un problema con Damián y necesito que me ayuden”. La sorpresa devino atención completa, ¿problemas con Damián? Imposible. “Es que él quiere que haga... algo... me tiene podrida con tanto pedido... Y yo... la verdad... qué sé yo... no sé cómo... me da como asco... ¿qué hago?”. Ninguna se guardó las carcajadas. Lo cierto es que Catalina nunca y Damián ya se había puesto muy cargoso con el tema. Después de dos años y aunque no se hablaba de casamiento todavía, nadie intuía para ellos otro final que los confites. La clave, decía Catalina, está en los mismos gustos, en los espacios propios y, más que nada, en tener, cada vez, mejor sexo. “Damián tiene una sutil manera de tratarte como a una puta, pero sin que se note, y eso me encanta”. Pero lo otro, no, nunca, no se anima ni a llamarlo por su nombre, le da vergüenza, o impresión, o quién sabe, pero a él tanta negativa le da más ganas. Como si fuera lo único en el mundo que él quiere.

—No me digas que nunca lo hiciste porque no te creo. ¡Es imposible!
—No, nunca.
—AjjjjjAJJAjjJAJjJAjjajAJJAaaa
—¿Me vas a decir que saliste como cinco años con Gonzalo y nunca se la...?
—¡No, nena! ¡Nunca! No me lo puedo ni imaginar...
—Ay, querida. No es nada del otro mundo... Un sabor apenas metálico, como cuando se te va la mano con la sacarina.
—No che, no siempre... a veces tiene ese gustito dulce, como a brioche.
—Estás en pedo... Rico no es. Feo tampoco. Un poco fuerte, eso sí...
—Bueno, dicen que eso también puede modificarse según la dieta... parece que algunas comidas y condimentos influyen bastante.
—No me jodan, che... ¿Sabén que lindo sería que tuviera el aroma de esta albahaca?
—¡Pesto! Hacele comer pasta con mucho pesto: energía y albahaca.
—¿De verdad nunca lo hiciste...?
—Y... no, nunca, quiero, pero no me animo, no sé cómo hacer, ¿qué hago?
—Miránena, es tan fácil o tan difícil como hacer pan. Te aprendés un par de trucos y sos una experta.

Damián la miró reírse mientras se sentaba, desnudo, sobre el sofá. El olor fuerte de la albahaca había conquistado todo el living. Ella terminó con su ropa y se acomodó en el abrazo que él le ofrecía. Después de un beso largo, la mano firme, cómplice de la mirada, le señaló en la nuca la dirección de sus deseos. Y esta vez Catalina no se resistió. Ahora la risa era muda y quedaba escondida debajo de todo su pelo.

Ni bien cerró los ojos, se acordó de los consejos de Mariela y las chicas del jueves. Al pan hay que amasarlo bien, trabajarlo con las manos, para que se llene de aire y la masa se ponga suave y elástica. El calor de los dedos es el que amalgama los ingredientes y garantiza los resultados. El secreto básico es hacerlo con amor, pintar con huevo batido y dejarlo reposar en un lugar cálido antes de meterlo en el horno.

Al final, quién sabe por qué, se acordó de Mariela, diciendo, “este pan es adictivo, ya van a ver. Después de probar, se aceptan aplausos”.

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